La seguridad no era un tema. Ahora volvió a serlo
Vecinos que vivieron la transformación de San Isidro en un distrito previsible y ordenado hoy ven señales preocupantes: móviles que no aparecen, zonas donde la oscuridad gana, y una gestión que responde tarde y mal
Durante años, cualquier persona que tenga entre 50 y 60 años vio cómo la inseguridad se mantenía controlada. No porque desaparecieran todos los delitos, sino porque había un Estado municipal presente, que resolvía con móviles activos y una planificación clara. El espacio público no se sentía riesgoso. Se transitaba. Se confiaba. Esa confianza, según muchos vecinos, hoy está resquebrajándose. Una encuesta distribuida por grupos de redes vecinales de Beccar, Boulogne y Martínez afirma que ya ni los principales lugares de circulación de personas cuentan con presencia diaria de patrullaje municipal, que las zonas más residenciales no ven móviles en horas críticas, y que el alumbrado público defectuoso se acumula durante semanas sin ser reparado. Además, hay una especial preocupación por los corredores escolares, que ya no tienen una vigilancia específica asignada. “Yo nunca tuve miedo de salir a caminar en mi barrio. Hoy camino con ojos en la espalda. Y eso no me pasó nunca”, dice Verónica, de 57 años. A diferencia de otras generaciones, este grupo no necesita explicaciones largas. Saben qué es una gestión firme y qué es una gestión que se esconde detrás de un escritorio. Lo vivieron. Y lo están comparando todos los días. La administración de Ramón Lanús parecería haber perdido el control territorial, dicen muchos vecinos. Las decisiones no son claras, las respuestas no llegan, y el silencio institucional frente a reclamos reiterados empieza a generar malestar incluso entre quienes no suelen hacer público su descontento. La seguridad no es una promesa de campaña, es una obligación básica. Y si antes había presencia, control y resultados… ¿Por qué eso ya no está pasando? ¿Qué decisión se tomó para desarmar lo que funcionaba? Vecinos con años de compromiso cívico, que votan con conciencia y que exigen con seriedad, ya no quieren más relatos. Quieren volver a caminar sin pensar en lo que puede pasar a la vuelta de la esquina. Y eso —en San Isidro— no es un privilegio: es lo mínimo.
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