Boulogne en pausa: el barrio que dejó de tener vida pública
En Boulogne se vive un apagón cultural y social. Talleres, ferias y espacios comunitarios quedaron vacíos, y la desconexión del Municipio es total. “Acá no pasa nada, y nadie nos ve”, repiten los vecinos, reflejando el clima de abandono.
Quienes caminan por el Parque Arenaza, una de las zonas verdes más emblemáticas de Boulogne, no pueden evitar notar el contraste con años anteriores. “Antes había vida. Clases, ferias, cosas para chicos. Hoy, silencio”, relata una vecina que asiste al lugar desde hace más de dos décadas. Como ella, muchos coinciden en que el Municipio se retiró del barrio. La desaparición casi total de las actividades culturales, recreativas y deportivas organizadas por el Estado dejó una huella profunda. Lo que solía ser parte del calendario de muchos vecinos —talleres de gimnasia, espectáculos itinerantes, ferias de emprendedores— hoy parece una postal de otro tiempo. “Ni siquiera en el Parque Arenaza se ve movimiento como antes”, remarcan. A esa sensación de retiro institucional se suma la eliminación del programa San Isidro Cerca, muy valorado especialmente en Boulogne. “Todos los años me hacía los controles de glucemia en la plaza. Ahora tengo que suplicar por un turno”, expresó con angustia una jubilada. La falta de acceso a servicios básicos y de presencia municipal alimenta una percepción clara: el Municipio abandonó a Boulogne. Los adultos mayores también lo sienten. Puerto Libre, que solía ofrecer una alternativa concreta de inclusión y recreación, está hoy desdibujado en sus vidas. Vecinos denuncian menos actividades, cupos recortados y problemas incluso con las viandas. “Antes teníamos dónde movernos, dónde encontrarnos. Ahora… nada”. En los sectores más vulnerables del barrio, la falta de espacios comunitarios tiene consecuencias más graves. Vecinos asocian directamente la desaparición de la cultura barrial con el aumento de la violencia, el consumo problemático y la pérdida de espacios de contención. En palabras de un referente barrial: “Cuando la comunidad se apaga, crecen las sombras”. El sentimiento general va más allá del enojo puntual. Se instala la idea de desigualdad territorial. “Parece que Boulogne es el último orejón del tarro”, se repite en distintas voces. Comparan con Martínez, Acassuso o el Bajo de San Isidro, donde las pocas actividades que sobreviven aún se concentran. “Ni siquiera nos avisan si hay algo. Ya no somos parte del mapa”, dicen. El retiro del Estado no es solo cultural. Es simbólico. En Boulogne, el abandono se percibe en cada rincón: sin cultura, sin talleres, sin comunidad. Y con ello, la identidad colectiva del barrio empieza a diluirse.
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